No había motivo alguno, creo.
Ni siquiera estaba planeado, simplemente recogía los trozos.
Recuerdo la sensación de agacharse para recogerlo,
mis tobillos y/o rodillas suelen crujir cuando lo hago, es un sonido frío y que dura un instante,
no se queda ni se puede guardar en ningún lugar, pero yo sé provocarlo, llevo haciéndolo muchos años.
Y siempre, siempre suena diferente. He llegado a creer que depende de la persona.
Veréis... No es fácil mi afición, muchas veces llega a ser desagradable, otras veces duele; bueno, la mayoría de veces duele. Es algo que no puedo planificar y tal vez por ello cada vez me gusta menos hacerlo, el interés era algo muy importante y ahora es casi inexistente. Me atrevería a decir que incluso evito aficionarme, pero no significa que sea malo, hay aficiones que son malas y es bueno evitarlas. Pero esto es diferente, aunque siempre es igual. Unos ojos, la forma de andar, un peinado, un color, una sonrisa, una gesticulación, un estornudo, una mirada, la forma de pensar, unos dientes, la forma de liar, la lengua, un suspiro, una lágrima... una sola cosa y se prende la mecha, corre, corre y se (re)corre.
Entonces desaparece y acabas recogiéndolo en silencio, ahí lo notas, al primer tacto notas lo que quiere y te inunda por completo. A veces tiemblas, otras suspiras y hay otras... hay otras que directamente explotas en lágrimas. Sea lo que sea, y sea como sea, las recolecto y las guardo.
Pesan, tienen que pesar.
Lo peor de ser un recolector, es cuando te cruzas con otro y no recolecta. No recolecta y te metes en el baño a soltar una lágrima, te miras en el espejo y no ves.
Papa Legba te rechazó, el recolector no recolectó...
Entonces notas los trozos, todos y cada uno de ellos, los coges y te limpias la lágrima con ellos para que nadie lo note y te vas.